Contruyendo poesía,Gentrificación, espacio público y desplazamiento, número 22

2045

Lázaro Yusniel Lorenzo

Dedicado a Víctor Jara

En la parte del mundo preferida por las brújulas, las máquinas limpian las casas de los humanos, cuidan los niños, preparan la cena y por la noche escriben poesía.

Allí las mujeres tienen tiempo para ver novelas y jugar futbol con sus amigas.

En esa región, hoy, las máquinas también custodian almacenes, cuidan fábricas, sin que nadie pueda burlar su sistema de vigilancia.

Allí los hombres pueden dormir a pierna tendida.

En esa región, hoy, las máquinas son capaces de atender 300 pasajeros en un avión comercial y fungir de enfermeras, en caso de ser necesario.

Allí las mujeres sólo deben chequear el trabajo de las autómatas, por lo que pasan la mayor parte del vuelo leyendo revistas.

En esa región, hoy, las máquinas trabajan en las minas, también lo hacen de electricistas e incluso controlando incendios.

Allí los hombres laboran sentados frente a un monitor en un cómodo asiento.

En la parte del mundo olvidada por las brújulas, las mujeres sirven una mesa, sólo si tienen empleo. Son capaces de atender a los niños, la casa, el esposo, día tras día sin quejarse. Lamentablemente no tienen tiempo de ver novelas y sus pies, fatigados por el trabajo diario, son incapaces de correr detrás de un balón, solo para divertirse.

Allí las máquinas no han llegado a los hogares más pobres.

En esa región, hoy, los hombres asaltan almacenes porque sus familias pasan hambre, hacen huelga en las fábricas por un salario más justo.

Allí las máquinas son incapaces de impedir el insomnio de millones de personas, que apenas tienen tiempo para descansar, ante lo veloz que pasan sus días.

En esa región, hoy, las mujeres sueñan con subir aviones en un futuro que nunca llega. Pasan demasiado tiempo recopilando revistas, cartones y metal para ganar algunos dólares.

Allí las máquinas no han llegado a las compañías aéreas, ni a las que se dedican al reciclaje.

En esa región, hoy, los hombres siguen dándole el pecho a las llamas, juegan desenfadadamente con la electricidad más peligrosa y se encomiendan a sus dioses, cada vez que tienen que entrar a una mina.

Allí las máquinas se bloquean con facilidad y son incapaces de realizar los oficios de alto riesgo.

En la parte del mundo donde las personas están más cerca de dios, los niños, al dormirse, sueñan con esa otra región del mundo, donde las máquinas, son las que trabajan.

2045-bn-ilustradora - Jazmín Zapotecas Lagunas

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