Desaparición forzada, número 20

Editorial: Desaparición forzada en México y América Latina

¿Existe una manera «correcta»

de honrar la memoria de los muertos?

Walter Grasskamp[1]

La desaparición forzada en México es una práctica muy conocida y de la que en nuestro país se ha echado mano desde la centuria pasada, particularmente en el periodo conocido como “Guerra Sucia” (1960-1980), época de la que quedan sin resolver, de acuerdo con cifras oficiales, 700 casos. La desaparición forzada ha sido definida por la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, como:

el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley.[2]

Hablar de desaparición forzada implica referirnos a la situación de violencia e impunidad que, con particular intensidad, se vive actualmente en el país. Como se ha definido, generalmente, se trata de una práctica ejercida por el Estado y es una manera de acallar voces disidentes, de mantener “la paz” mediante el dolor y la guerra. Sin embargo, en la última década la desaparición forzada se ha convertido en un mecanismo utilizado frecuentemente por grupos no gubernamentales, delictivos como los narcotraficantes, aunque muy probablemente coludidos, en mayor o menor grado, con el Estado.

En México, sólo entre 2006 y 2012, se registraron 26,000 personas desaparecidas.[3] Aunque el número de desapariciones forzadas no se tiene con exactitud, debido a la poco eficiente metodología seguida en las investigaciones y el interés por parte de las autoridades de guardar bien esa información, la cifra no deja de ser escalofriante y permite vislumbrar el grado de degradación jurídica, ética y social por la que el país está pasando. El caso más reciente es la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal “Isidro Burgos” el 26 de septiembre de 2014. Sin bien, el gobierno mexicano ha tratado de deslindarse de la responsabilidad, la investigación del GIEI (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes) deja entrever la participación que las autoridades tuvieron en ella, los resultados que la investigación de dicho grupo arrojaron también apuntan hacia la poca credibilidad con la que puede contar el Estado Mexicano.

La desaparición forzada es una práctica con implicaciones que no pueden obviarse o no mencionarse. Al ser ejercida no sólo se violan derechos humanos de las personas a quienes se les priva de su libertad, también se deja en evidencia el sistema decadente y corrupto del cual son infringidas leyes impuestas por el mismo sistema. Por lo que se refiere al aspecto afectivo y emocional, las familias y, en general, la sociedad son desgarrados continuamente por esta práctica; es a los familiares de los miles de desaparecidos a quienes la organización social para enfrentar esta situación y exigir respuestas debe su mayor alcance.

Cuando se habla de desaparecidos, se trata de vivos no vivos, no presentes, de un hijo, una madre, un esposo sin entidad.[4] Se busca honrar su memoria, su recuerdo, porque aunque lo único que se tenga de ellos es la ausencia, la esperanza de que regresen, de que los devuelvan con vida, no se pierde hasta no ver los cadáveres, e incluso en esa situación quienes seguimos tenemos la responsabilidad de exigir justicia: no condenarlos al olvido como la manera de que continúen vivos.

Ante la apremiante realidad que aqueja al país, Los Heraldos Negros propone reflexionar en torno a la desaparición forzada en México y en América Latina.

La cuota de Roberto-Héctor Mateo
La cuota de Roberto-Héctor Mateo

[1] Walter Grasskamp, “La comodidad del recuerdo”, en Humboldt, año 37, núm. 115, Bonn, 1995, pp. 60-63. Citado en Sandra Lorenzano, Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura, México, UAM-Beatriz Viterbo Editora-Porrúa, 2001, p. 29.

[2] Amnistía Internacional, Enfrentarse a una pesadilla. La desaparición de personas en México, junio 2013. En línea: http://amnistia.org.mx/nuevo/wp-content/uploads/2015/04/Enfrentarse_a_una_pesadilla_La-desaparici%C3%B3n_de-personas_en_M%C3%A9xico.pdf [Consultado el 18 de julio de 2016].

[3] Idem.

[4] Al referirse a la experiencia de Argentina, Lorenzano menciona: Los “desaparecidos” constituyen la marca más brutal dejada por la dictadura. ¿Qué significa para una sociedad que hayan desaparecido treinta mil de sus miembros? ¿Cómo son las heridas en el imaginario social, en la afectividad, en la vida cotidiana, que dejan treinta mil ausencias? ¿Qué se hace cuando no están los cuerpos de los muertos? La incertidumbre por la suerte corrida por el ser querido se agudiza por el secreto y la mentira que rodean a las desapariciones. (“Le diré que frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si reapareciera tendría un tratamiento equis. Pero si de la desaparición se convierte en certeza, su fallecimiento tiene otro tratamiento. Mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad, no está muerto ni vivo.”). Declaraciones de Jorge Rafael Videla al Clarín, Buenos Aires, 14 de diciembre de 1979, citadas en Lorenzano, op. cit., p. 45

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1 Comentario

  1. jorge dice:

    Me parece un artículo interesante que incita a reflexionar sobre los peligros que aquejan a los grupos sociales progresistas

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