Análisis político,Género, homosexualidad y homofobia, número 21

Redes de cuidados y afectos: una respuesta a la naturalización de la familia heterosexual

Por Jimena González

La intención de este artículo es desmontar desde las teorías feministas el discurso de los grupos conservadores en contra del matrimonio igualitario,  el reconocimiento de las familias diversas, y el sistema que lo avala. Esta crítica se centra en uno de los argumentos más importantes (que no sólidos) en defensa de la heteronorma[1], que es la naturalización de la familia. En una sociedad donde los sistemas de valores están marcados profundamente por el violento patriarcado con significaciones jerárquicas sobre la diferencia sexual de los géneros, referimos a los feminismos como una herramienta necesaria para pensar y proponer nuevas formas de constituir sociedades plurales, en redes y basadas en los cuidados y afectos.

  No ha pasado tanto tiempo desde que el Frente Nacional por la Familia (FNF), organizó una serie de acciones en contra de las reformas a la ley que garantizaban la no discriminación de las parejas homosexuales a nivel constitucional, legislativo y administrativo, lo cual abriría las puertas al matrimonio igualitario en todo el país. Esto desató una ola de discursos que fomentan el odio y la discriminación, emitidos por los grupos conservadores del país. Una de sus premisas es que la familia debe de estar conformada únicamente por parejas heterosexuales, ya que la única función de crear este vínculo es la procreación. Por lo tanto, señalan que la homosexualidad es antinatural, y enferma, porque no cumple con el mandato social hegemónico.

            Entonces, ¿qué podemos hacer ante la urgencia de atender una realidad social que es diversa en sus identidades sexuales y genéricas? Es un hecho que existen familias homoparentales y diversas actualmente, y es necesario que el Estado resuelva y asegure su bienestar. Sumado a la premura de revolucionar el sistema social y cultural actual, ya que este resulta violento hacia la comunidad LGBTTTI[2], así como a otras disidencias. Para Buttler (2000), aunque es favorable explotar la diversidad para quebrantar las normas heterosexuales y de identidad de género, pertenecer y ser reconocidos por la sociedad es parte primordial de la experiencia humana. Es así que se demanden las políticas necesarias para facilitar la experiencia de la diversidad en el país.

            El camino que propongo recorrer para desmontar paso a paso estos discursos es, en primer lugar, definir “género” como una construcción social, cultural e histórica; seguido de lo que Wittig denominó como el pensamiento heterosexual;  por último, proponer nuevas formas de construir en vínculos familiares, como redes de afectos y cuidados. Ya que, así como lo señala Wittig desde 1992, “hay que llevar a cabo una transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras. Al no cuestionar el régimen político heterosexual, el feminismo contemporáneo consolida este sistema, en vez de eliminarlo” (Wittig, 2006, p: 13).

                        La construcción social del género.

La noción tradicional de la familia heterosexual parte de una postura biologicista, no sólo sobre la familia como núcleo de una sociedad productiva o “sana”, sino sobre la categoría del género. Es decir, que la dicotomía entre los sexos es esencial para el desarrollo “normal” de un sistema social.  Las teorías feministas reconocen la necesidad de pensar al género como una categoría analítica en razón de los sistemas sociales y sexuales de la cultura, más que una categoría descriptiva.

            Para Scott (1986) el género es un “elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos” (Scott, 1986, p: 289) pero también agrega que es una “forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1989, p: 289). Es decir que, el género es la base del sistema político y social que se define a partir de las diferencias biológicas que existen entre hombres y mujeres, y que se relacionan de forma jerárquica y desigual.

            Diez años después de la publicación de Scott, Marta Lamas (1996) señaló que el género es una construcción social basada en el sexo, y por lo tanto es un esfuerzo colectivo por denunciar la naturalización de esta. Para ella el género se define como “una construcción simbólica establecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual” (Lamas, 1996, p:12), el peso de esta definición se encuentra en la simbolización cultural, como también en la fortaleza colectiva de denuncia y cambio social.

            Por otro lado, Marcela Lagarde identifica que el género se construye con una serie de determinaciones ideológicas de contextos específicos: es decir, que el conjunto de atribuciones y características sobre el género se forman en función de un espacio y tiempo específico. Esta definición evidencia el género con un peso ideológico fuerte, pues indica que éste responde a una serie de ideas entrelazadas discursivamente que favorece a los intereses de los grupos de poder;  e importa, sobre todo, porque señala el carácter histórico y contextual del género.

            Como vemos, cada una de estas definiciones agregan una particularidad que enriquece lo que entendemos sobre  género. Al interpelarlas, resulta un conjunto de atribuciones, de construcciones simbólicas, de determinaciones ideológicas y de relaciones sociales y culturales sobre los datos biológicos que distinguen a los sexos, y que son de gran importancia para las dinámicas sistémicas, culturales y políticas del país.

Así que, las representaciones sociales de los géneros, como ya  lo definimos, se reproducen no sólo a través del discurso sino por las instituciones, las doctrinas y los individuos: es todo un entramado complejo de estructuras sociales que favorecen a los sujetos del poder, que en el imaginario de la cultura occidental es el hombre, rico, heterosexual, blanco, proveedor y propietario. La construcción del imaginario social del género se crea a partir de esta figura de poder en oposición directa a la de subalterna o dominada, que es la de la mujer (Wittig, 2006). Estas figuras se universalizan, ya que es más fácil controlar lo homogéneo, hombre-mujer, y sus referentes masculino-femenino, que lo diverso como transexualidad, transgénero, intersexualidad, lesbiana, gay, loca, vestida, “cuir”[3], etcétera.

            El pensamiento heterosexual.

Como decíamos, el discurso conservador entiende la heterosexualidad como una norma social basada en la función orgánica de los cuerpos sexuados y su sexualidad como una práctica reproductiva, no afectiva. La heteronorma se activa e instala por el régimen de algunas instituciones que no son cuestionadas pues se dan por hecho.

             La heterosexualidad, que es la que nos competen en este texto y que tanto aclama la derecha política del país, es para Wittig “la relación obligatoria social entre el «hombre» y la «mujer» (2006,  p: 51). En México la heterosexualidad es, de inicio, la única manera de experimentar las relaciones intersubjetivas, en un sentido amplio, es decir más allá de las relaciones de pareja (pensemos en las relaciones entre la madre y el infante, o entre una institución y una ciudadana), para una “correcta” y “sana” socialización. Este marco relacional define a los individuos en diferentes niveles, desde el social, el cultural, el económico y el político, siempre como mujeres-femeninas u hombres-masculinos, cada uno asociado a conductas ideales, así como a deberes y prohibiciones (Lagarde, 1996).

            Es por esto que Wittig tiene una mirada amplia sobre la heterosexualidad, no solo como una práctica sexual-afectiva, sino como un sistema complejo del ejercicio del poder. En palabras de la autora:

No puedo sino subrayar aquí el carácter opresivo que reviste el pensamiento heterosexual en su tendencia a universalizar inmediatamente su producción de conceptos, a formular leyes generales que valen para todas las sociedades, todas las épocas, todos los individuos” (Wittig, 2006, p: 51-52).

La norma social heterosexual funge como una forma de poder y control, como una tecnología del control según Foucault (1990), sin embargo, no dejamos de lado las pequeñas hendiduras que dan cabida a las resistencias y manifestaciones, que si bien reflexivamente no se piensan ni autodenominan revolucionarias, contienen el potencial político para expandir las formas sociales de crear afectos y redes de convivencia y colaboración. La diversidad es la puerta hacia otros mundos posibles.

            Repensando la familia.

            Después de este recorrido, resulta difícil pensar la familia como una característica propia de la naturaleza del ser humano, como lo sugiere el FNF. El núcleo familiar heterosexual cerrado (padre, madre e hijos) es la base del sistema capitalista patriarcal, resultado de la división sexual y social del trabajo ligado, como lo indica Sojo, al ejercicio del Estado para escindir el espacio público del privado.

            Existe una línea contundente que separa las categorías asociadas al hombre, propias del espacio público donde se produce la participación política y la creación científica, de las categorías asociadas a la mujer, del espacio privado donde se lleva a cabo el trabajo de reproducción[4] social, de los cuidados y de las emociones. El Estado, dice Sojo, “organiza políticas que fortalecen el cumplimiento de papeles acordes con la construcción precisa del género y que se expresan en torno al matrimonio, la sexualidad, la educación, los derechos políticos, entre otros aspectos” (Sojo, 1985, p. 80). Como ya lo hemos mencionado, la familia es una institución que regula la normativa heterosexual y confiere de significados culturales y sociales a la sexualidad y el género como heterosexual y dicotómico. Es decir, únicamente  existen dos formas reconocidas para vivirse humano, ya sea como hombre o como mujer  cada una de ellas determinadas por una serie de parámetros rígidos.

El conocimiento acumulado por los estudios de género y otros ha mostrado, entre otras cosas, que la familia es parte inseparable de las estructuras del Estado de bienestar. Que los sistemas familiares son complejos e involucran aspectos económicos, morales, culturales y religiosos, y que todos ellos tienen una fuerte correspondencia con las reglas, normas e instituciones que presiden la estructuración familiar y cuyos cambios, por lo tanto, tienden a ser lentos y hasta seculares en algunos aspectos. De allí que resulte promisorio para el conocimiento del Estado de bienestar y de sus variaciones indagar y considerar sus lejanas raíces y configuraciones socioculturales y, entre ellas, la institución familiar (Sojo, 1985, p. 43).

En México existen diversas figuras familiares, aun sin ser homosexuales, que no entran dentro de la norma social sobre la familia, y por lo tanto son silenciadas y negadas. Algunos ejemplos de este tipo de familias son: aquellas conformadas por los abuelos y el infante, o una madre soltera. Después de todo, y a pesar de su intermitencia, se están gestando las pequeñas revoluciones y resistencias que van a proponer formas dinámicas y políticas sobre la familia. Es un intento por salir de los marcos que hasta el momento se han empleado para resolver pobremente las contingencias sociales y culturales de las personas de la diversidad sexual, tales como la discriminación y la violencia sistémica que tiene su representación más fuerte en los crímenes de odio y los homicidios homofóbicos.

            Redes de cuidados y afectos

Es inminente, como ya lo demanda Wittig, modificar las estructuras sociales, explotar la diversidad, transformar las políticas de los conceptos y proponer en las acciones cotidianas. Porque la realidad social da cuenta de la complejidad en las formas en que creamos relaciones y redes afectivas. Aun así, no basta con ampliar la categoría de familia para que se vean reflejadas también todos los tipos familiares, como la homoparental, tenemos que reestructurar el sistema social desde la base.

            Un pequeño paso es ampliar la mirada sobre las familias y que funcione ya no como una institución reguladora, sino como retículas de sistemas de relaciones de afecto y cuidados. Podemos imaginar sociedades conscientes de la diversidad basadas en una economía comunitaria para formar ciudadanos,  no consumidores. Esta invitación hace mayor sentido si se plantea de la mano a la propuesta de Rodríguez Ruiz (2010) sobre la ciudadanía¸ como una forma de ciudadanía basada en los cuidados, donde el centro de la sociedad sea la vida misma, diversa, caótica, afectiva  y responsable.

Se trata de desmontar los discursos de odio, y a la par, trazar nuevas rutas para vivir en mejores sociedades.

[1] Es decir,  un sistema de normas y valores sociales e institucionales que sostiene como única forma de interacción intersubjetiva entre los sexos, hombre o mujer, la heterosexualidad. No sólo en las relaciones de pareja, sino en todas las formas de interacciones, como las familiares, amistosas, profesionales, institucionales, etc.

[2] Lésbica, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti e Intersexual.

[3] Es una propuesta latinoamericana de la teoría anglosajona Queer. Valencia define lo Cuir como movimiento autocrítico en contra de los sistemas heteropatriarcales capitalistas, y reconoce dentro de las multitudes cuir “a todos los que han devenido minorías por razones de género, clase, etnia, nacionalidad, diversidad funcional, etc.” Son todas aquellas identidades que salen de la normalidad, y cuando la norma es tan estricta muchos nos encontramos de frente con la exclusión en unos espacios más que en otros, de una forma u otra. Las multitudes cuir encuentran agenciamiento en lo  local y situado. Vid. Valencia, S. (2014). “Teoría transfeminista para el análisis de la violencia y la reconstrucción no-violenta del tejido social en el México contemporáneo.” En Universitas Humanistica. julio-diciembre (78). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.

[4] El trabajo de reproducción, en un sentido amplio, rebasa el trabajo doméstico y el hogar, Silvia Federichi (2012), habla de las dos caras del trabajo reproductivo primero como una forma de destino naturalizado de la mujer (y su importancia para el mantenimiento del capitalismo, y cualquier sistema económico), y luego como experiencia colectiva y de lucha feminista; en resumen, es “un complejo de actividades y relaciones gracias a las cuales nuestra vida y nuestra capacidad laboral se reconstruye a diario” (p: 21).

Bibliografía.

Butler, J. (2000) “Variaciones sobre sexo y género: Beavoir, Wittig y Foucault” en S.      Benhabib Teoría feminista y teoría crítica. México: UNAM, PUEG

Foucault, M. (2008) Tecnologías del yo y otros textos afines. Buenos Aires: Paidos.

Lagarde, M. (1996). “La multidimensionalidad de la categoría género y el feminismo.” En M. L. González (coord.) Metodología para los estudios de género. México: UNAM.

Lamas, M. (1996) “Introducción” en M. Lamas (coomp) El género: La construcción cultural de la diferencia sexual. México: UNAM, PUEG.

Rodríguez Ruiz, B. (2010). Hacia un estado post-patriarcal. Feminismo y cuidadanía.     Revista de Estudios Políticos, 149. 87-122 pp

Soja, A. (1985) Mujer y Política. Ensayo sobre el feminismo y sujeto popular. San Jose: DEI.

Scott, J. (1986). El género: una categoría útil para el análisis histórico. En M. Lamas (coomp) El género: La construcción cultural de la diferencia sexual. México: UNAM, PUEG.

Wittig, M. (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Editorial      EGALES S.L.

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2 Comentarios

  1. Leyendo más de lo mismo dice:

    Un texto que simplemente repite y repite lo ya dicho por los mismos de siempre, los de la ideología LGTB y ultrafeminista desde la el razonamiento circular. Comienza afirmando y etiquetando sin prueba alguna una postura como conservadora y la otra como progresista para concluir lo mismo que plantea. Exhibe, sin tener en cuenta la biología, la genética, ni la evolución, un planteamiento a caballo rematado entre una vertiente minoritaria de la sociología -que, además, se autocita y que no es posible demostrar, al contrario que los fenómenos naturales- y parte de una supuesta ‘urgente necesidad’ de replantear la familia (es decir, el traer y criar hijos) , simplemente porque hay una minoría de personas que sienten atracción física y afectiva por los de su mismo sexo. Un discurso tal no puede tener presentación mínima si no se considera el género como una invención social y separado de cualquier función evolutiva. Y, por supuesto, dando por sentado que el derecho de los adultos prima frente al de los que están por venir, que un hijo no tiene derecho a tener padre y madre, de acuerdo con las leyes biológicas, sino que eson dos adultos (quienes sean) los que tienen derecho a tener un hijo. Así, una mujer sola puede tener un hijo voluntariamente por inseminación artificial -y privar al niño de tener un padre conocido-, dos hombres pueden comprar un niño mediante el sistema de alquilar un vientre, y que el niño venga sin madre, o, viceversa en el caso de dos mujeres.

    Luego, está la excusa perfecta para los que no quieran profundizar en la empatía: hay parejas que se separan, hay madres embarazadas que son abandonadas por su novio o marido, etc. Es decir, de lo inesperado, de lo que no es deseado en los planes de la relación, se hace categoría de normalización y la resultante -insisto, indeseada- y sus consecuencias, a saber, hijos en familias carentes, se obvia.

    Para que disfrazar de discurso razonado la ideología de género, deben machacarse ciertas verdades, citando, eso sí, a unos cuantos partidarios como gurúes de la nueva religión.
    A saber:
    -que no vivimos en una tiranía machista violenta -sino que hay individuos violentos-,
    -que la violencia no es potestad exclusiva de un sexo ni aparece porque haya hombres
    -que en la crianza de hijos existen roles masculinos y roles femeninos que ejercen el hombre y la mujer
    -que las desviaciones de la familia, a la que se trae -o, en condiciones adecuadas, se traería- al niño, son familia. En este último caso se citan ejemplos como ‘abuelo con su nieto’ (indudablemente, por causas que no son deseadas ‘horfandad, desestructuración parental, etc.-) como sinónimos de otras variantes pretendidas por la ideología de género.
    los sistemas de valores de nuestras sociedades están marcados profundamente por el violento patriarcado con significaciones jerárquicas sobre la diferencia sexual de los géneros.

    Plantea una urgencia y una necesidad imperiosa que no existe para la inmensa mayoría de ciudadanos del planeta.

    Indica «Es decir, únicamente existen dos formas reconocidas para vivirse humano, ya sea como hombre o como mujer cada una de ellas determinadas por una serie de parámetros rígidos.». Las formas de vivirse humano son casi infinitas, pero, efectivamente, o como hombre, o como mujer. Esto lo da la genética, tiene un origen y sentido evolutivo específico. Y luego están los roles sociales -algunos determinados por la genética y, también, con un sentido para la especie-. No es necesario aprender mucho de biología para comprender esto.

    Cuando se plantea el uso de referencias bibliográficas, deben usarse no solo las que argumentan a favor de las ideas propias, sino, también, las que apuntan en la dirección contraria. Decir ‘como apunta Sojo’ no significa absolutamente nada, y más en materias sociológicas que son completa e inherentemente subjetivas y relativas, opinables y nunca cerradas, ni plantean verdades definitivas. Olvidar la constitución biológica del hombre es un sinsentido y un sinfundamento -obviando los constructos mentales que se quieran hacer según las conveniencias de cada época-.
    Los hombres son masculinos (unos más otros menos) y las mujeres femeninas (unas más otras menos), no porque lo digan ‘los conservadores’. La aparición de la vida en este planeta inventó el sexo y dió unas características diferenciadas a los ancestros de los vertebrados. No es tan complicado de comprender.

    Afirmar esto es un disparate: «El núcleo familiar heterosexual cerrado (padre, madre e hijos) es la base del sistema capitalista patriarcal, resultado de la división sexual y social del trabajo ligado, como lo indica Sojo, al ejercicio del Estado para escindir el espacio público del privado.»

    ¿A qué hay que abrir el núcleo familiar?. Las familias constituidas por padre y madre son muy anteriores del sistema capitalista, la división sexual es lógica (¿cómo se supone que tenemos que reproducirnos ahora, por gemación?). ¿Cómo que el Estado escinde el espacio público del privado?, eso es algo completamente absurdo. Desde el inicio de las sociedades humanas los individuos y los grupos familiares han separado el espacio privado del espacio compartido.
    Es un sinsentido tras otro. En fin…repetición del argumentario LGTB y ultrafeminista que puede encontrarse en cualquier panfleto por todo el mundo, incluso con repetición de referencias. Innecesario prestarle más atención. Lástima que pensé que podía aportarme algo esta lectura.

    1. Jimena González Martínez dice:

      Quiero agradecerte por tomarte el tiempo de leer mi texto y comentarlo, me parece que te provocó y eso para mí es suficiente. Está claro que tenemos posturas completamente opuestas en la manera de interpretar el mundo. Sin embargo, quiero aclarar varias cosas, como que en ningún momento he tenido la intención de ser objetiva, mi postura epistémica va de la linea de Donna Haraway. Es decir, mis conocimientos son situados. Así queda explícito desde dónde estoy hablando y cuál es mi postura política.
      Cito a aquellas personas que despertaron en mí una lucecita de esperanza por un mundo más abierto a la disidencia, un mundo en el que el género no determine las formas de vivirse en el mundo. Cito a aquellas que me hacen sentir libre. Esto no quiere decir que no me detenga a escuchar o leer otras formas de pensar, sólo que no está en mis objetivos escudriñar los orígenes biológicos de las sexualidades diversas. Yo parto del hecho de una realidad social, la existencia de identidades que retan la norma del sistema sexo-género. Hay investigadoras que están haciendo un gran trabajo en ese tema con resultados sorprendentes.
      También, consideró incorrecto hablar de ideología de género, ya que todas las producciones académicas (o no) correspondientes tienen una larga trayectoria histórica y un ejercicio crítico riguroso que las avala como teorías.
      Como feminista se que hay cosas que valen la pena repetir una y mil veces.

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